

La nueva Guerra Fría del siglo XXI entre Washington y Moscú guarda algunas similitudes con la del siglo XX. Al igual que en aquel entonces, momentos de relativa distensión se alternan con picos de tensión en las relaciones entre las dos principales potencias nucleares del planeta. Pero con Donald Trump y Vladímir Putin al frente de EEUU y Rusia respectivamente, existe una significativa diferencia respecto a aquellos tiempos, una disparidad que muchos observadores resumen en una sola palabra: «consistencia». Los periodos de crisis, como el abortado despliegue de los misiles en Cuba en 1962 o el derribo de un avión surcoreano por la URSS en 1983, respondían a contenciosos de calado entre ambos países. Y en las cumbres que celebraban periódicamente sus máximos presidentes y secretarios generales se debatían cuestiones de peso, como la noción de la coexistencia pacífica o etratados para acotar despliegues nucleares y limitar el rearme.
Todo lo contrario a lo que sucede en la actualidad entre el magnate neoyorquino y el líder del Kremlin. Una gaseosa atmósfera de teatralidad y gesticulación sin apenas efectos prácticos preside las sucesivas negociaciones, reuniones, debates, cumbres y escaladas verbales entre representantes estadounidenses y rusos, coinciden en señalar analistas y crónicas periodísticas. He aquí algunas de las claves de la cumbre que tendrá lugar en Alaska la próxima semana entre los presidentes de Rusia y EEUU.
